
Con el tiempo fui inventando degeneraciones cada vez más puercas para mis chicas.
Aquí, Natalia, modelo de mi agencia, sobó a varios penachos jóvenes en una de mis fiestas palaciegas.
La llevé a mi biblioteca y la obligué a masturbar y lamer los penes de los hijos de mis amigos políticos y jueces. Ella tenía que permanecer vestida y luego volver a la fiesta a codearse con la gente que la contrataría.
Obviamente, sólo le di una opción para quitarse los fluidos viscosos de la vista. Ni con la mano, ni con ayuda de nadie, ni de nada más que su boquita preciosa.
Luego, los capitalistas me dirían que la habían notado un poco extraña, sucia y con un aliento raro.
Madame Marie