Compartíamos una tarde de verano en la casa de uno de mis clientes.
Ella estaba con su novio, por supuesto.
Era tan esbelta, tan delicada, y su bikini me ponía como loca.

Le dije que me gustaría hacerle una paja ahí mismo, enfrente de su novio.

-¿Vos sos la dueña de la agencia, no? -me preguntó con un hilo de voz nerviosa.
Me acerqué bien a ella, y le respondí que sí.
Nos miramos a los ojos, ella no se alejó. Y le di un beso en la boca. Ella estaba muy nerviosa, pero igual me besó. No sé si alguien nos vio. Seguro que el machito no, porque dormía como un lechón.
Luego llevé una mano a su entrepierna, hice que separara apenas las piernas y la masturbé allí mismo, bajo el sol.
Ella no cambió de postura, recibió el placer en silencio, jadeó en silencio. La masajeé hasta sentir que su tanga se mojaba.
De repente se estiró y me detuvo la mano. Me miró con desesperada fiereza. Había acabado. Le di otro beso, ella quiso alejarse pero le tomé la cabeza con firmeza. Nos besamos profundamente, hasta que el bobo habló.
Sí, el novio nos pescó justo, y comenzó a insultarla a ella.
Clarita se fue llorando, con él persiguiéndola a los gritos.
Luego, ella entró en mi agencia.
Cada vez que nos encontrábamos hacíamos el amor en mi oficina. Me encantaba hacerla acabar por el culo. Quiero decir, me la follaba por el culo con uno de esos penes postizos y sin tocarle la conchita la hacía acabar.
La tenía loca.
Madame Marie