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Mi segunda presa

Fiorella era hija de un juez bastante corrupto.
Una vez le ofrecí al padre que me la dejara una semana. La pendeja me miraba siempre inquisitivamente, como si me tuviera miedo y con curiosidad.

Como estábamos solas en mi estancia, andábamos con ropa liviana.
A Fiorella no se le ocurrió ponerse otra cosa que una camisola transparente y sin corpiño. Una provocación frontal. Con lo que me excitan los senos pequeños.

La arrinconé contra un tablado, y le dije: "Fiorella, vos y yo tenemos que hacer algo".

-¿Qué, acaso te gusto, vieja degenerada?- me respondió la insolente.
Y se bajó la bombacha.

-¿Te morís por comerme el coñito, no? -siguió incitándome.
La verdad era que sí. Quería chuparle bien esa conchita que no podía verle y morderle los pezones hasta sangrarlos.
Avancé hacia ella, que huyó.
La tuve contra la empalizada de nuevo.


-Acá no va a pasar nada, ¿entendés? -escupió entonces, con una voz temblorosa y fuerte.


-Acá va a pasar que te voy a hacer mierda, pendeja -le dije y me le tiré encima.

-Por favor, no me lastimes -susurró justo antes de que le pusiera mano encima.Y le comí las tetitas, y le chupé el coño y se lo perforé con mi puño.
La dejé sangrando desnuda, tirada sobre el pasto bajo la lluvia.

Después llevé una soga, la até de los pies y la arrastré hasta la casa.
Adentro, la amarré completamente abierta a una cama y le hice todo lo que se me antojó.

El padre se la llevó 6 días después. Las cosas que le hice...
Aprendí mucho sobre cómo domeñar, controlar y gozar de un cuerpo joven en esas jornadas tan intensas.
Aunque no era una chica de mi mayor gusto, Fiorella me ayudó sin saberlo a dar un salto evolutivo enorme en mi manía.
Nunca me reprochó nada. Se ve que la pendeja ocultó todas las marcas que le dejé.

Madame Marie